Doctrina Bíblica – Creación
Pasaje clave: Salmo 104:24.
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra» (génesis 1:1). Lo hizo por decreto, sin que hubiera ningún material prexistente, su decisión de que existieran las cosas («Sea…») fue la que les dio el ser y las formó en su orden, con una existencia que depende de su voluntad, aunque es distinta de la suya. Padre, Hijo y Espíritu Santo estuvieron involucrados juntos en esto (Génesis 1:2; Salmos 33:6, 9; 14S:5; Juan 1:1-3; Colosenses 1:1516; Hebreos 1:2; 11:3). Debemos tener en cuenta los puntos siguientes:
A. El acto creador es un misterio para nosotros, en él hay cosas que no podemos comprender. Nosotros no podemos crear por decreto, y no sabemos cómo pudo hacerlo Dios. Decir que creó «a partir de la nada» equivale a confesar el misterio, no a explicarlo. En particular, no podemos concebir de qué forma una existencia dependiente puede ser al mismo tiempo distinta, y cómo los ángeles y los seres humanos, en su existencia de dependiente puede ser al mismo tiempo distinta, ni cómo los ángeles y los seres humanos, en su existencia dependiente, en lugar de ser autómatas, pueden ser criaturas capaces de tomar decisiones libres, de las cuales son moralmente responsables ante su Hacedor. Sin embargo, las Escrituras nos enseñan en todo momento que así son las cosas.
B. El espacio y el tiempo son dimensiones del orden creado. Dios no está »dentro» de ninguno de los dos, ni está atado a ninguno de ellos, como nos sucede a nosotros.
C. Puesto que el orden del mundo no se ha creado a si mismo, tampoco se puede sostener a sí mismo, como le sucede a Dios. La estabilidad del universo depende de que Dios lo sostenga continuamente; este ministerio le pertenece concretamente al Hijo divino (Colosenses 1:17; Hebreos 1:3), y sin él, todas las criaturas, de todas las clases, incluyéndonos a nosotros, dejarían de ser. Esto es lo que Pablo les dijo a los atenienses: “él es quien da a todos vida y aliento y todas [as cosas… En él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:25, 28).
D. La posibilidad de intrusiones de tipo creador (por ejemplo, los milagros del poder creador, la creación de nuevas personas por medio de la actividad procreadora humana; la reorientación de los corazones humanos y de nuestros anhelos y energías en la regeneración) es tan antigua como el mismo cosmos. Hasta qué punto Dios, en su actividad de sostenernos, continua creando realmente cosas nuevas, es algo que no se puede explicar en función de nada que haya sucedido antes, y está más allá de nuestro poder saberlo, sin embargo, ciertamente su mundo permanece abierto a su poder creativo en todos sus puntos.
Saber que Dios creó el mundo que nos rodea, y a nosotros como parte de él, es un punto básico de la religión verdadera. Debemos alabar a Dios como Creador, a causa del orden maravilloso, la variedad y la belleza de sus obras. Hay salmos como el Salmo 104, que son modelo de este tipo de alabanza. Debemos confiar en Dios como Señor soberano, poseedor de un plan eterno que abarca sin excepción todos los acontecimientos y los destinos, y con poder para redimir, crear de nuevo y renovar; esa confianza se vuelve racional cuando recordamos que estamos confiando en el Creador omnipotente.
Cuando nos damos cuenta de que nuestra existencia misma depende, momento tras momento, del Dios creador, encontramos adecuado llevar una vida de entrega, consagración, gratitud y lealtad a El, y nos parece algo escandaloso no hacerlo. La piedad comienza aquí, con Dios, el Creador soberano, como primer centro de nuestros pensamientos.
Extracto del libro “Teología Concisa”
Por J.I. Packer