Doctrina Bíblica – Humanidad

 

Dios nos Hizo a su Imagen

Pasaje clave: Génesis 1:27.

La declaración que aparece al principio de la Biblia (Génesis 1:26-27, reflejada en el 5:1; 9:6; 1 Corintios 11:7; Santiago 3:9) sobre el hecho de que Dios hizo al hombre a su propia imagen, de manera que los seres huma­nos son semejantes a Dios de una forma en que no lo es ninguna otra criatura terrenal, nos dice que la digni­dad especial que implica ser humanos es que, como tales, podemos reflejar y reproducir a nuestro propio nivel de criaturas los santos caminos de Dios, y de esta forma actuar como representantes directos suyos sobre la tierra. Para esto fueron hechos los humanos, y en cierto sentido, sólo somos humanos hasta el punto en que lo estemos haciendo.

En Génesis 1:26-27 no se define la esfera en que el hombre es imagen de Dios, pero el contexto la presenta con claridad. Génesis 1:1-25 presenta a Dios como personal, racional (con inteligencia y voluntad, capaz de trazar planes y ejecutarlos), creativo, competente para controlar el mundo que Él hizo, y moralmente admira­ble porque todo cuanto crea es bueno. Es evidente que una imagen de Dios deberá incluir todas estas cualida­des.

Los versículos 28-30 presentan a Dios bendiciendo a los seres humanos que acaba de crear (esto debe significar que les dijo cuáles eran sus privilegios y su destino), y poniéndolos a gobernar la creación como re­presentantes y ayudantes suyos. Así aparecen la capacidad del ser humano para comunicarse y relacionarse tanto con Dios como con los demás humanos, y el dominio que Dios le ha dado sobre la creación infe­rior (destacado en el Salmo 8 como respuesta a la pregunta «¿Qué es el hombre?»), aparecen también como facetas de esta imagen.

Por tanto, en el momento de la Creación, La imagen de Dios en el hombre consistía:

(a) en que el hombre, era un «alma» o «espíritu» (Génesis 2:7: donde hay versiones que traducen correctamente como “ser vivien­te”; Eclesiastés 12:7); esto es, una criatura semejante a Dios, consciente de sí mismo y personal, con una capacidad para el conocimiento, el pensamiento y la acción semejante a la divina.

(b) en que el hombre era moralmente recto, cualidad perdida en la Caída, y que en el presente se va restaurando en Cristo de manera progre­siva (Efesios 4:24; Colosenses 3:10).

(c) en que el hombre dominaba sobre su ambiente. Se suele añadir, y es razonable que se haga.

(d) la inmortalidad dada por Dios al hombre.

(e) el cuerpo humano, por medio del cual experimentamos la realidad, nos expresamos a nosotros mismos y ejercemos nuestro dominio, perte­necen también a esta imagen.

El cuerpo no pertenece de manera directa a la imagen, puesto que Dios, como hemos indicado antes, no tiene cuerpo. Pertenece de manera indirecta, puesto que las actividades de ejercer dominio sobre la creación material y manifestarles afecto a otros seres racionales, que nos asemejan a El, hacen necesario que tengamos un cuerpo.

No hay una vida humana plena sin un cuerpo que funcione, tanto aquí como en el más allá. Esa verdad, implícita en Génesis 1, quedo explícita gracias a la encamación y resurrección de Jesucristo, quien fue la imagen verdadera de Dios, tanto en su humanidad como en su divinidad. El Señor Jesús glorificado tiene un cuerpo para toda la eternidad, tal como les sucederá a los cristianos.

La Caída dañó la imagen de Dios, no sólo en Adán y Eva, sino en todos sus descendientes, esto es, en toda la raza humana. Retenemos esa imagen de manera estructural, en el sentido de que nuestra humanidad está in­tacta, pero no de manera funcional, porque ahora somos esclavos del pecado e incapaces de usar nues­tros poderes para reflejarla santidad de Dios.

La regeneración comienza el proceso de restauración de la ima­gen moral de Dios en nuestra vida, pero hasta que no estemos plenamente santificados y glorificados, no po­dremos reflejar a Dios perfectamente en pensamiento y acción, tal como era el propósito al crear a la humani­dad, tal como el Hijo de Dios encarnado hizo en su humanidad y hace aún (Juan 4:34; 5:30; 6:38; 8:29, 46; Romanos 6:4, 5, 10; 8:11).

Extracto del libro “Teología Concisa”

Por J.I. Packer

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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