La Doctrina de Dios – Los Atributos Comunicables de Dios 10

 

Continuemos.

Entonces podemos preguntar: ¿Por qué es bueno lo que Dios aprueba? Debemos contestar: «Porque él lo aprueba». Esto quiere decir que no hay norma más alta de bondad que el propio carácter de Dios y su aprobación de lo que  concuerda con ese carácter. Con todo, Dios nos ha dado algún reflejo de su sentido de bondad, de modo que cuando evaluamos las cosas de la manera que Dios nos creó para que las evaluáramos, también aprobamos lo que Dios aprueba y nos deleitamos en lo que él se deleita.

Nuestra definición también expresa que todo lo que Dios hace es digno de apro­bación. Vemos evidencia de esto en el relato de la creación: «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Gn 1:31). El salmista conecta la bon­dad de Dios con la bondad de lo que hace: «Tú eres bueno, y haces el bien; enséña­me tus decretos» (Sal 119:68). El Salmo 104 es un ejemplo excelente de alabanza a Dios por su bondad en la creación, en tanto que muchos salmos, como el Salmo 106 y 107, alaban a Dios por su bondad en todas sus acciones hacia su pueblo. Pa­blo nos anima a descubrir en la práctica cómo la voluntad de Dios en cuanto a no­sotros es «buena, agradable y perfecta» (Ro 12:2).

La Biblia también nos dice que Dios es la fuente de todo bien en el mundo. «Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras» (Stg 1:17; Sal 145:9; Hch 14:17). Es más, Dios hace sólo cosas buenas por sus hijos. Leemos: «El Señor brinda generosamente su bondad a los que se conducen sin tacha» (Sal 84:11).

En el mismo contexto en el que Pablo nos asegura que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman» (Ro 8:28), también dice: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?» (Ro 8:32). Mucho más que un padre terrenal, nuestro Padre celestial «dará cosas buenas a los que le pidan» (Mt 7:11), e incluso su disciplina es una mani­festación de su amor y es para nuestro bien (Heb 12:10). Este conocimiento de la gran bondad de Dios debería impulsarnos a dar «gracias a Dios en toda situación» (1 Ts5:18).

En imitación de este atributo comunicable debemos nosotros mismos hacer lo bueno (es decir, debemos hacer lo que Dios aprueba) y con eso imitar la bondad de nuestro Padre celestial. Pablo escribe: «Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe» (Gá 6:10; Lc.6:27,33-35; 2 Ti 3:17). Es más, cuando nos damos cuenta de que Dios es la definición y fuente de todo lo bueno, nos daremos cuenta de que Dios mismo es el bien supremo que buscamos  (Sal 73:25-26; 16:11; 42:1-2).

La bondad de Dios se relaciona estrechamente con varias otras características de su naturaleza, entre ellas amor, misericordia, paciencia y gracia. A veces estas se consideran atributos separados y se tratan individualmente. En otras ocasiones se consideran parte de la bondad de Dios y se tratan como varios aspectos de la bon­dad de Dios.

 

7. Amor. El amor de Dios quiere decir que eternamente Dios se da a otros. Esta definición entiende el amor como entrega de sí mismo para beneficio de otros. Este atributo de Dios muestra que es parte de su naturaleza dar de sí mismo a fin de dar bendición o bien a otros.

Juan nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4:8). Vemos evidencia de que este atribu­to de Dios estaba activo incluso antes de la creación, entre los miembros de la Tri­nidad. Jesús le habla a su Padre de «la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo» (Jn 17:24), indicando así que había amor y honra recíproca entre Padre e Hijo desde toda la eternidad. Eso continúa en el pre­sente, porque leemos: «El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en sus manos» (Jn 3:35).

Este amor es también recíproco, porque Jesús dice: «el mundo tiene que saber que amo al Padre, y que hago exactamente lo que él me ha ordenado que haga» (Jn 14:31). El amor entre el Padre y el Hijo también presumiblemente caracteriza su relación con el Espíritu Santo, aunque no se menciona esto en forma explícita. Este amor eterno del Padre por el Hijo, del Hijo por el Padre y de ambos por el Espíritu Santo hace del cielo un mundo de amor y gozo porque cada persona de la Trinidad procura dar gozo y felicidad a las otras dos.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Teología Sistemática”

Por Wayne Grudem

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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