La Doctrina de Dios – Los Atributos Incomunicables de Dios 6
Continuemos.
O si Dios pudiera cambiar respecto a sus promesas, ¿cómo podríamos confiar en él completamente en cuanto a la vida eterna? ¿O en cualquier otra cosa que la Biblia dice?
Tal vez cuando la Biblia fue escrita él prometió perdón de pecados y vida eterna para los que confían en Cristo, pero (si Dios puede cambiar) tal vez ya ha cambiado de parecer en esas promesas; ¿cómo podríamos estar seguros? O tal vez su omnipotencia va a cambiar algún día, así que aunque él quiera guardar sus promesas, no podría hacerlo.
Si Dios no es inmutable, toda la base de nuestra fe empieza a desbaratarse, y nuestra comprensión del universo empieza a deshacerse. Esto se debe a que nuestra fe, esperanza y conocimiento dependen en última instancia de una persona que es infinitamente digno de confianza; porque él es absoluta y eternamente inmutable en su ser, perfecciones, propósitos y promesas.
3. Eternidad.
La eternidad de Dios se puede definir como sigue: Dios no tiene principio, fin, ni sucesión de momentos en su propio ser, y ve todo el tiempo con la misma lucidez, sin embargo Dios ve los hechos en el tiempo y actúa en el tiempo.
A veces a esta doctrina se le llama la doctrina de la infinitud de Dios con respecto al tiempo. Ser «infinito» es ser ilimitado, y esta doctrina enseña que el tiempo no limita a Dios.
Esta doctrina también se relaciona con la inmutabilidad de Dios. Si es cierto que Dios no cambia, debemos decir que el tiempo no cambia a Dios; no altera su ser, perfecciones, propósitos o promesas. Pero eso quiere decir que el tiempo no altera el conocimiento de Dios, por ejemplo. Dios nunca aprende cosas nuevas ni se olvida de nada, porque eso significaría un cambio en su conocimiento perfecto.
Esto implica también que el paso del tiempo no aumenta ni disminuye el conocimiento de Dios; él sabe todas las cosas pasadas, presentes y futuras, y las sabe con igual lucidez.
A. Dios es Eterno en su Ser.
El hecho de que Dios no tenga principio ni fin se ve en Salmo 90:2. De modo similar, en Job 36:26, Eliú dice de Dios: «¡Incontable es el número de sus años!». La eternidad de Dios también la sugieren pasajes que hablan del hecho de que Dios siempre es o siempre existe (Ap.1:8; 4:8).
Esto también se indica en el intrépido uso de Jesús del verbo en tiempo presente que implica existencia presente continua cuando contestó a sus adversarios judíos: «Antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!» (Jn.8:58). Esta afirmación en sí misma es una afirmación explícita del nombre de Dios: «YO SOY EL QUE SOY», de Éxodo 3:14, nombre que también sugiere una existencia presente continua: Dios es el eterno «YO SOY», el que existe eternamente.
El hecho de que Dios nunca empezó a existir también se puede concluir del hecho de que Dios creó todas las cosas, y que él mismo es espíritu inmaterial. Antes de que Dios hiciera el universo no había materia, pero entonces él lo creó todo (Gn.1:1; Jn.1:3; 1 Co1 Co.8:6; Col.1:16; Heb.1:2).
El estudio de física nos dice que la materia, y el tiempo y el espacio, deben ocurrir todos juntos; si no hay materia, no puede haber espacio ni tiempo tampoco. De este modo, antes de que Dios creara el universo, no había «tiempo», por lo menos no en el sentido de una sucesión de momentos uno tras otro. Por consiguiente, cuando Dios creó el universo, también creó el tiempo.
Cuando Dios empezó a crear el universo, empezó el tiempo, y allí empezó a ser una sucesión de momentos y acontecimientos uno tras otro. Pero antes de que hubiera un universo, y antes de que hubiera tiempo, Dios siempre existió, sin principio, y sin ser afectado por el tiempo. El tiempo, por consiguiente, no tiene existencia en sí mismo, sino que, como el resto de la creación, depende de que el eterno ser y poder de Dios lo mantenga existiendo.
Los anteriores pasajes de la Biblia y el hecho de que Dios siempre existió antes de que existiera el tiempo se combinan para indicarnos que el ser de Dios no tiene una sucesión de momentos ni progreso de un estado de existencia a otro.
(CONTINÚA…)
Extracto del libro “Teología Sistemática”
Por Wayne Grudem
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