Clásicos Cristianos – Pablo, su Capa y sus Libros 2
Continuemos.
Hermanos, ¿estaba en lo justo Pablo en todo esto? ¿Eran razonables sus sacrificios? ¿Era el objetivo que contemplaba, digno de tanto sufrimiento y abnegación? ¿Era arrastrado por el celo excesivo del fanatismo a desperdiciar en un objeto inferior lo que no se fe exigía? Ningún creyente cree tal cosa. Todos vosotros creéis que si pudierais dar substancia, y talento y estima, sí, y hasta vuestra propia vida por Cristo, estaría bien empleado.
Digo que vosotros lo creéis así, ¿pero cuántos de nosotros lo hemos hecho alguna vez? O mejor, quizá, ¿cuán pocos de nosotros? Hay algunos que rara vez tienen oportunidad de sacrificar algo por Cristo. Lo que dan es parte de sus superfluidades; nunca sienten lo que dan. Es un lujo ciertamente que alguien tenga tan grande amor por Jesús que sea capaz de dar hasta que le duela algo.
Si Pablo era razonable, ¿qué somos tú y yo? Si Pablo no hacía más que dar como debe dar un cristiano, ¿cuánto debiéramos avergonzarnos nosotros? Si él se redujo a la pobreza por Cristo, ¿qué diremos de aquellos que no están dispuestos a sacrificar una fruslería en su negocio por motivos de honradez? ¿Qué diremos de aquellos que dicen: «Yo sé ganar el dinero y se conservarlo también»?, y miran burlonamente a aquellos que son más generosos que ellos. Si os conformáis con condenar a Pablo, y le acusáis de insensatez, hacedlo; pero si no, si el suyo es un servicio razonable; tal como lo exigía de él la infinita gracia de Dios que él había experimentado, entonces hagamos nosotros algo de la misma suerte. Si habéis experimentado tanto amor, amad tanto al Salvador y gastaos por el Señor.
B. En segundo lugar aprendemos cuán completamente había sido abandonado el apóstol por sus amigos.
Si no tenía una capa propia, ¿no podía alguno de ellos prestarle una? Diez años antes, el apóstol había sido llevado encadenado por la Via Appia, hasta Roma; y antes de llegar a Roma, un pequeño grupo de miembros de la iglesia salió a recibirle; y cuando llegó a las «Tres Tabernas», un grupo aun mayor salió a escoltarlo, de modo que el encadenado Pablo entró en Roma acompañado por todos los creyentes de la ciudad. Era entonces más joven; pero ahora por una razón u otra, diez años más tarde, nadie viene a visitarlo. Está confinado en la cárcel, y ni siquiera saben dónde se encuentra, de modo que Onesíforo, cuando viene a Roma, debe buscarlo diligentemente.
Es tan obscuro como si nunca hubiera tenido un nombre, y aunque sigue siendo un apóstol tan grande y glorioso como siempre, los hombre lo han olvidado en tal forma y la iglesia tanto lo ha menospreciado, que está sin amigos. La Iglesia de Filipos, diez años antes, había hecho una colecta para él cuando estaba preso; y aunque él había aprendido a contentarse con lo que tuviera, en cualquier estado, les agradece, sin embargo, su contribución como una ofrenda de olor suave delante de Dios.
Ahora es viejo, y ninguna iglesia lo recuerda. ¡Pobre alma! Sirvió a Dios y se redujo a la pobreza por amor de la Iglesia, pero la Iglesia lo ha olvidado. ¡Oh!, cuán grande ha de haber sido la angustia del amante corazón de Pablo ante tanta ingratitud. ¿Por qué los pocos que estaban en Roma, no hicieron una contribución para él? No podían los que estaban en la casa del César encontrar una capa para el apóstol? No; lo han abandonado tan enteramente que aunque esté por morir de fiebre en el calabozo nadie le dará o le prestará una capa.
¡Qué enseñanza de paciencia para los que se encuentran en situación parecida! ¿Te ha tocado en suerte, hermano mío, verte abandonado por tus amigos? ¿Hubo otros tiempos en que tu nombre era el símbolo de la popularidad, cuando muchos vivían de tus favores como insectos en un rayo de sol, y resulta ahora que está tan olvidado como un muerto de quien no se guarda memoria? ¿En tus mayores pruebas es donde encuentras menos amigos? ¿Aquellos que en un tiempo te amaban y respetaban han dormido en Jesús? ¿Y otros se han tornado hipócritas e infieles?
¿Qué has de hacer ahora? Has de recordar este caso del Apóstol; está puesto aquí para tu consuelo. Él tuvo que pasar por aguas tan profundas como cualesquiera que tú tengas que cruzar, y sin embargo, recuérdalo, dice: «El Señor estuvo conmigo y me fortaleció». Así ahora, cuando el hombre te abandona, Dios será tu amigo.
Este Dios es nuestro Dios por siempre jamás, no sólo cuando brilla el sol, sino para siempre jamás. Acude a él, expón delante de Él tu queja. No murmures. No permitas que tu fe falte, como si te estuviera aconteciendo alguna cosa nueva. Es la suerte común de los santos. David tuvo su Ahitofel, Cristo su Judas, Pablo su Demás; ¿puedes esperar tú mejor trato que ellos? Mientras miras a la vieja capa, y ella te habla de la ingratitud humana, ten buen ánimo y espera en el Señor.
(CONTINÚA…)
Por C. H. Spurgeon
Lee Pablo, su Capa y sus Libros 3
Lee Pablo, su Capa y sus Libros 4