«¿De quién son esta imagen y esta inscripción? -les preguntó. -Del césar -respondie­ron. -Entonces denle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:15-22).

La respuesta de Jesús a la pregunta de sus enemigos era simple, pero conte­nía una profunda verdad. Como un hombre de reino, Jesús reconocía que todos los sistemas de gobierno tienen reclamos y demandas legítimas de su ciudadanía. Él simplemente dijo que debíamos darle a cada gobierno lo que le corresponda. Cada reino terrenal tiene su propio sistema de impuestos. Porque la moneda utilizada para pagar las tasas de Roma llevaba la imagen del César, eso significaba que el César las reclamaba como propias. Él era el rey y simplemente estaba pidiendo lo que era suyo. Todo lo que llevara la imagen del César le pertenecía a él.

Del mismo modo, todo lo que lleva la imagen de Dios le pertenece a Dios. Como seres creados a imagen de Dios, nosotros le pertenecemos a Él, y Él puede reclamarnos de una manera que ningún reino terrenal puede. Los líderes humanos de la nación en donde vivimos y trabajamos y quienes nos otorgan la ciudadanía pueden hacernos reclamos legítimos sobre nuestro tiempo, dinero, labor, pero no pueden reclamar nuestro carácter. Nosotros portamos una imagen más profunda y respondemos a una demanda supe­rior porque le pertenecemos a Dios.

Si el «César» pide nuestro dinero, debemos dárselo, porque pagar nues­tros impuestos es una responsabilidad como ciudadanos de un país libre, pero si nos pide nuestra lealtad principal, allí es donde debemos trazar el límite.

DANIEL Y EL REINO

Una vez, Daniel acabó en un foso de leones por negarse a obedecer el decreto del rey. El rey exigía que todas las personas oraran exclusivamente a él por treinta días. Como Daniel adoraba y servía a Dios, él desafió la orden del rey y fue echado a los leones como consecuencia de su desobediencia. Dios preservó su vida cerrando las bocas de los leones, y Daniel vivió para servir a su rey por muchos años más. Cuando el rey sobrepasó su autoridad y demandó de Daniel una lealtad que solamente se le debía a Dios, entonces Daniel silenciosa pero deliberadamente se negó. Mediante sus acciones, es­taba diciéndole al Rey: «Tú mandas sobre mi tiempo, mi dinero, mi trabajo y, en asuntos de estado, sobre mi lealtad, pero tú no mandas sobre mi alma. Mi alma está estampada con una imagen superior, la imagen de Aquel que me demanda la mayor de las lealtades».

TRES JUDÍOS Y EL REINO

Daniel también escribió sobre otros tres judíos exiliados quienes, al igual que él, eran oficiales del gobierno y también entendían y obedecían los principios del Reino. Sadrac, Mesac y Abednego rehusaron directamente obedecer las órdenes del rey de inclinarse y adorar un ídolo que él había erigido. Como resultado, fueron echados en un horno ardiendo, tan ca­liente que mató a los hombres que los habían arrojado adentro de él. Dios los protegió y los liberó sanos y salvos de las llamas, y ellos continuaron sirviéndolo a Él y a su rey por muchos años más (vea Daniel 3). Su testi­monio era el mismo que el de Daniel: en cuestiones del espíritu, Dios nos demanda una lealtad indivisible.

USTED Y EL REINO

Usted puede trabajar en una oficina, y tal vez su jefe venga pidiéndole que haga algo que usted sabe que no es lo correcto. Puede ser algo poco ético o incluso ilegal ¿qué debe hacer? Si usted está comprometido con los principios del Reino debería con todo respeto, pero también firmeza, recordarle a su jefe que aunque él pueda hacer demandas de su tiempo y labor mientras está en el trabajo, no puede hacer demandas que afecten su carácter. Él puede ser el dueño de los papeles, las lapiceras, los clips, la computadora y aun la empresa, pero no es el dueño de su vida. Levántese y defienda lo que es justo, aun si eso pone su puesto de trabajo en riesgo. Una vez que usted negocie su carácter e integridad por un simple empleo, entonces su jefe pasará a ser su dueño. Recuerde que tiene una imagen más profunda grabada en usted y que responde a una autoridad más alta porque pertenece a otro Reino.

Tal es el desafío de vivir en dos reinos. Cada uno hace sus demandas sobre nosotros todos los días, y esas demandas exigen elecciones de nuestra parte. Siempre que estas no entren en conflicto mutuamente, está todo bien. Durante el tiempo en que el conflicto asoma, mostramos lo que realmente creemos y dónde está nuestra verdadera lealtad.

Principios

  1. Como embajadores de Cristo, representamos el Reino de nuestro Padre en la Tierra.
  2. No podemos ser ciudadanos efectivos del Reino de Dios y continuar pensando en forma democrática.
  3. Un pensamiento correcto siempre precede un actuar correcto.
  4. Debemos hacer a un lado nuestra mentalidad democrática y comenzar a pensar como ciudadanos del Reino.
  5. El fin llegará cuando el evangelio del Reino haya sido predicado en todo el mundo.
  6. La hora específica del regreso de Cristo está en las manos de Dios, pero el tiempo general está en las nuestras.
  7. El problema radica, no en el grado de preparación de la cosecha, sino en la disponibilidad de los segadores.
  8. El Reino de Dios representa poder.
  9. La gente en todas partes está buscando el Reino, aunque no lo reconoz­can con ese nombre.
  10. Como seres creados a imagen de Dios, le pertenecemos a Él, y Él puede reclamarnos en un modo que ningún reino terrenal puede hacerlo.
  11. En cuestiones del espíritu, Dios demanda una lealtad indivisible.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

Lee La Misión de Jesús: Restaurar el Reino

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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