Doctrina Bíblica – Cristo Murió Para el Perdón de Nuestros Pecados
Pasaje clave: Efesios 1:7, Mateo 26:28.
Cuando perdonamos una deuda o una ofensa o un daño, no exigimos un pago por el ajuste. Eso sería lo opuesto al perdón. Si se nos hace un reembolso por lo que hemos perdido, no hay necesidad de perdón. Ya hemos recibido el pago.
El perdón supone gracia. Si usted me hiere, la gracia lo absuelve.
Yo no lo demando. Yo lo perdono. La gracia da lo que alguien no merece. Es por eso que perdonar contiene en sí la palabra donar.
Perdonar no es saldar la cuenta. Es abandonar el derecho a una compensación equitativa.
Eso es lo que Dios hace con nosotros cuando confiamos en Cristo: «Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hechos 10:43). Si creemos en Cristo, Dios deja de tomar en cuenta nuestros pecados. Este es el propio testimonio de Dios en la Biblia. «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo» (Isaías 43:25). «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Salmo 103: 12).
Pero esto crea un problema. Todos sabemos que no basta con perdonar. Podemos verlo claramente cuando el daño es grande, como un asesinato o una violación. Ni la sociedad ni el universo pueden mantenerse unidos si los jueces (o Dios) simplemente le dicen a todo asesino o violador, «¿Lo sientes mucho? Muy bien. El estado te perdona. Quedas libre». En casos como estos vemos que aunque la víctima puede tener un espíritu perdonador, el estado no puede ignorar la justicia.
Así pasa con la justicia de Dios. Todo pecado es grave, porque es contra Dios. Él es aquel cuya gloria ofendemos cuando lo ignoramos, lo desobedecemos o blasfemamos. Su justicia no le permitirá simplemente libertarnos, así como un juez no puede cancelar las deudas que un criminal tiene con la sociedad. La ofensa hecha a la gloria de Dios por nuestro pecado se debe reparar para que en la justicia su gloria resplandezca con más brillantez. Y si nosotros los criminales vamos a quedar en libertad y a ser perdonados, debe haber alguna demostración dramática de que el honor de Dios es mantenido aunque algunos que fueron blasfemos sean puestos en libertad.
Esto es por lo que Cristo sufrió y murió. «En Él tenemos redención Por su sangre, el perdón de pecados» (Efesios 1:7). El perdón no nos cuesta nada. Toda nuestra costosa obediencia es el fruto, no la raíz, de ser perdonados. Es por eso que llamamos a esto gracia. Pero le costó a Jesús su vida. Es por eso que llamamos a esto justo.
¡Oh, cuán preciosa es la noticia de que Dios no nos toma en cuenta los pecados cometidos! Y qué hermoso es Cristo, cuya sangre justificó que Dios hiciera esto.
Extracto del libro “La Pasión de Jesucristo”
Por John Piper