Después de que Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán y fue «lleno del Espíritu Santo», este lo llevó al desierto, donde ayunó por cuarenta días y cuarenta noches y fue tentado por el diablo. Habiendo salido victorioso de la tentación, Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu» (Lucas 4:14) y comenzó a proclamar su mensaje del Reino. Jesús estaba lleno sin medida del Espíritu Santo. A lo largo de los Evangelios, no se encuentra evidencia o registro de que mientras Jesús estuvo en la Tierra, el Espíritu Santo estuviera presente o activo en ningún otro lugar excepto en la persona de Él. Cristo era la vanguardia de un nuevo orden, el primero de una nueva generación de personas que serían llenas con el Espíritu Santo.

Jesús vino a reconectarnos con su Padre y su glorioso Reino. El vínculo conector es el Espíritu Santo. Por esa razón, el centro de su mensaje era: «Arrepiéntanse, porque el Reino de los cielos está cerca». El propósito pri­mordial de Jesús no era sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, echar fuera demonios o realizar ninguna otra obra milagrosa. Esas cosas eran tan solo señales de que el Reino de Dios había venido a la Tierra, pero no eran su enfoque principal. La misión final de Jesús era abrir camino a la venida del Reino introduciendo a los hombres al poder del Espíritu Santo.

UNA INVASION DEL CIELO

El Calvario se transforma entonces en una puerta hacia este majestuoso Reino. La esencia del evangelio es que podemos regresar a nuestra co­nexión espiritual con nuestro Padre. Ahora existe un poder disponible para nosotros, de modo que podamos cumplir nuestro rol en el avance del Reino a las regiones de la Tierra. Este poder fue puesto a nuestra disposición a través de una invasión del Espíritu Santo en nosotros. Jesús abre la puerta para que esa invasión suceda.

Jesús prometió que nos daría el Reino y el poder para caminar en ese Reino. Él dijo: «No tengan miedo, mi rebaño pequeño, porque es la buena vo­luntad del Padre darles el reino» (Lucas 12:32). Es el contentamiento y deseo de Dios darnos el Reino. Él desea restaurar nuestra conexión con Él. Este es el corazón de un Padre amoroso: «¿Quién de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará en cambio una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lucas 11:11-13).

La muerte de Jesús en la cruz fue realmente un medio para un fin. El Calvario se convirtió en una fuente de limpieza. Todo aquel que tomara de esta fuente, sería limpiado de la inmundicia de vivir en este mundo. Esta purificación los prepararía para recibir el poder de

Luego de que su obra estuvo consumada, Jesús: discípulos y les dejó su comisión: «¡La paz sea con ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes» (Juan 20:21). Luego de anunciarles su tarea, Él sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo» (v. 22). Con el proceso de limpieza completado y ahora llenos del poder del Espíri­tu Santo, los discípulos estaban listos para avanzar como sus embajadores, llevando su Reino a todo el mundo. 

DIOS VIENE A VIVIR CON EL HOMBRE

Al igual que aquellos primeros discípulos de Jesús, nosotros los creyentes tenemos el Espíritu Santo viviendo en nosotros como una Presencia con­tinua. Esto nos constituye, al igual que a ellos, en ciudadanos de un nue­vo orden. La autoridad y el poder que ahora poseemos como embajadores llenos del Espíritu Santo nos dan una muestra de lo que Adán debe haber disfrutado antes de la caída. Nuestra reconexión con el Reino de Dios es ver el Edén restaurado en nuestra vida y experiencia cotidiana. Con el Espíritu Santo en control y guiándonos día a día, podemos hacer de cada lugar al que vayamos, una pequeña porción del «cielo sobre la Tierra».

Como ciudadanos de un nuevo orden espiritual, somos mayores que aquellos hombres y mujeres del Antiguo Testamento. Esto no es debido a ningún mérito personal, sino por el Espíritu Santo que mora en nosotros, y que ellos no conocieron. Desde el momento en que tenemos al Espíritu de Dios en nosotros, somos mayores que Abraham, somos mayores que Moisés, mayores que Sansón, Samuel y Saúl; mayores que David y Salo­món, y mayores que Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y todos los demás profetas. Ellos solamente hablaban acerca del Reino, pero nosotros esta­mos viviendo en él.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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