Devocionales Cristianos – Yo Te Perdono. La Promesa de Dios en los Clavos 2

 

Continuemos.

Oh, las manos de Jesús. Manos de encarnación en su nacimiento. Manos de liberación al sanar. Manos de inspiración al enseñar. Manos de dedicación al servir. Y manos de salvación al morir.

La multitud en la cruz entendió que el propósito al martillar era clavar las manos de Cristo a un madero. Pero esto es solo la mitad de la verdad. No podemos culparlos por no ver la otra mitad. No podían verla. Pero Jesús sí. Y el cielo. Y nosotros.

A través de los ojos de la Escritura vemos lo que otros no vieron pero Jesús sí vio. «Él dejó sin efecto el documento que contenía los cargos contra nosotros. Los tomó y los destruyó, clavándolos a la cruz de Cristo» (Col. 2.14).

Entre sus manos y la madera había una lista. Una larga lista. Una lista de nuestras faltas: nuestras concupiscencias y mentiras y momentos de avaricia y nuestros años de perdición. Una lista de nuestros pecados.

Suspendida de la cruz hay una lista pormenorizada de tus pecados. Las malas decisiones del año pasado. Las malas actitudes de la semana pasada. Allí abierta a la luz del día para que todos los que están en el cielo puedan verla, está la lista de tus faltas.

Dios ha hecho una lista de nuestras faltas. Sin embargo, la lista que Dios ha hecho no se puede leer. Las palabras no se pueden descifrar. Los errores están cubiertos. Los pecados están escondidos. Los que están al principio de la lista están ocultos por su mano; los de debajo de la lista están cubiertos por su sangre. Tus pecados están «borrados» por Jesús.

«Él te ha perdonado todos tus pecados: él ha limpiado completamente la evidencia escrita de los mandamientos violados que siempre estuvieron sobre nuestras cabezas, y los ha anulado completamente al ser clavado en la cruz» (Colosenses 2.14).

Por esto es que no cerró el puño. ¡Porque vio la lista! ¿Qué lo hizo resistir? Este documento, esta lista de tus faltas. Él sabía que el precio de aquellos pecados era la muerte. Él sabía que la fuente de tales pecados eras tú, y como no pudo aceptar la idea de pasar la eternidad sin ti, escogió los clavos.

La mano que clavaba la mano no era la de un soldado romano.

La fuerza detrás del martillo no era la de una turba enfurecida.

El veredicto detrás de la muerte no fue una decisión de judíos celosos.

Jesús mismo escogió los clavos.

Por eso, la mano de Jesús se abrió. Si el soldado hubiera vacilado, Jesús mismo habría alzado el mazo. Él sabía cómo. Para él no era extraño clavar clavos. Como carpintero sabía cómo hacerlo. Y como Salvador, sabía lo que eso significaba. Sabía que el propósito del clavo era poner tus pecados donde pudieran ser escondidos por su sacrificio y cubiertos por su sangre.

De modo que Jesús mismo usó el martillo.

La misma mano que calmó la mar borra tu culpa.

La misma mano que limpió el templo limpia tu corazón.

La mano es la mano de Dios.

El clavo es el clavo de Dios.

Y como las manos de Jesús se abrieron para el clavo, las puertas del cielo se abrieron para ti.

Extracto del libro “Él Escogió los Clavos”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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