Devocionales Cristianos – Se Permite Volver a Soñar 1

 

Pasaje clave: Mateo 28.2–10.

 

Es un domingo por la mañana a la hora del amanecer y el cielo está oscuro. De hecho esas son las palabras de Juan. «Siendo aún oscuro…» (Juan 20.1).

Es una oscura mañana de domingo. Había estado oscuro desde el viernes.

Oscuro por la negación de Pedro.

Oscuro por la traición de los discípulos.

Oscuro por la cobardía de Pilato.

Oscuro por la angustia de Jesús.

Oscuro por el júbilo de Satanás.

El único atisbo de luz proviene de un pequeño grupo de mujeres que se mantiene de pie a cierta distancia de la cruz… observando (Mateo 27.55).

Entre ellas hay dos Marías, una es la madre de Santiago y de José y la otra María Magdalena. ¿Por qué se encontraban allí? Estaban para decir su nombre. Para ser las últimas voces que oyera antes de su muerte. Para preparar su cuerpo para el entierro. Estaban allí para limpiar la sangre de su barba. Para limpiar de sus piernas el color carmesí. Para cerrar sus ojos. Para acariciar su rostro.

Están allí. Son las últimas en abandonar el Calvario y las primeras en llegar a la tumba.

De manera que temprano en la mañana de ese domingo, abandonan sus camastros y caminan por el sendero sombreado por los árboles. La de ellas es una tarea sombría. La mañana sólo promete un encuentro, el encuentro con un cadáver.

Recuerde que María y María no saben que esta es la primera Pascua de resurrección. No tienen la esperanza de que la tumba esté vacía. No están conversando sobre cuál será su reacción al ver a Jesús. No tienen ni la más mínima idea de que el sepulcro ha quedado desierto.

Si hubo algún momento en que tal vez osaron albergar tales sueños. Ya no. Es demasiado tarde para lo increíble. Los pies que anduvieron sobre el agua habían sido perforados. Las manos que habían sanado a leprosos habían sido inmovilizadas. Las aspiraciones nobles habían sido clavadas a la cruz del viernes. María y María han venido para untar con óleos tibios un frío cuerpo y decir adiós al único hombre que dio motivo a sus esperanzas.

Pero la esperanza no es lo que lleva a las mujeres a subir la colina hasta el sepulcro. Es el deber. Pura devoción. No esperan recibir nada a cambio. ¿Qué podría dar Jesús ahora? ¿Qué pudiera ofrecer un hombre muerto? Las dos mujeres no están subiendo la montaña para recibir, se dirigen hacia la tumba para dar. Punto.

No existe motivación más noble que esa.

Hay momentos en los cuales también nosotros somos llamados a amar sin esperar ninguna recompensa. Momentos en los que que somos llamados a dar dinero a personas que nunca nos dirán gracias, a perdonar a aquellos que no nos perdonarán, a llegar temprano y permanecer hasta tarde cuando nadie más lo nota.

El servicio surge del deber. Este es el llamado del discipulado.

María y María sabían que debía realizarse una tarea: El cuerpo de Jesús debía ser preparado para el entierro. Pedro no se ofreció para hacerlo. Andrés no se brindó tampoco como voluntario. No aparecían por ninguna parte la mujer adúltera perdonada ni los leprosos sanados. De modo que las dos Marías decidieron hacerlo ellas mismas.

Me pregunto si a mitad del camino hacia la tumba se habrán sentado a reconsiderar.

¿Qué habría sucedido si se hubiesen mirado la una a la otra expresando su desaliento a la vez que se preguntaran «de qué sirve esto»? ¿Qué hubiera pasado si se hubiesen dado por vencidas?

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Todavía Remueve Piedras”

Por Max Lucado

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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