Cuando un ciudadano de un país es condenado por un delito contra el estado y está a punto de ser encarcelado, una de las primeras cosas que el gobierno le pide es que entregue su pasaporte. Un pasaporte es uno de los símbolos más significativos de la ciudadanía, porque es un documento oficial que identifica nuestro estado legal como ciudadano de un país espe­cífico. Nos garantiza la libertad como ciudadanos para viajar fuera del país y todavía disfrutar de todos los derechos y privilegios que tenemos en nuestro país de origen.

Al requerir que un ciudadano entregue su pasaporte, el gobierno está diciendo: «Usted está bajo condena y durante ese tiempo ha perdido sus derechos de ciudadanía». Los ciudadanos tienen el derecho de moverse li­bremente, trabajar para vivir, poseer propiedades, comprar comida, condu­cir un automóvil por las calles, pagar impuestos y recibir los beneficios y servicios provistos por su gobierno. Un ciudadano que es condenado por un crimen ha caído del favor o de la posición en la que estaba para con su gobierno. Durante el tiempo de la sentencia, es privado de todos esos derechos y privilegios, particularmente de la libertad de movimientos. Los prisioneros deben soportar grandes restricciones de su libertad personal. El sistema correccional los posee y controla cada aspecto de sus vidas, desde que se levantan a la mañana, hasta cuando comen, lo que hacen durante el día y cuándo se deben ir a dormir.

Esta fue la experiencia de Adán cuando desobedeció al gobierno de Dios. Cuando Adán pecó, perdió su estatus favorecido. En otras palabras, Adán cayó de la posición con el gobierno, y todos sus derechos como ciudadano fueron cancelados. Dios le retiró «su pasaporte», y Adán se convirtió en un prisionero de oscuridad, un esclavo del pecado y fue gobernado por un «guardia» llamado Satanás.

PRISIONEROS EN TIERRA EXTRANJERA

Cada ser humano ha sido mantenido cautivo en este precario estado de inconveniencia. Este es el dilema universal; hasta que seamos iluminados y liberados por Cristo, todos somos prisioneros en el reino de las tinieblas. Todos nacimos en una prisión de pecado y oscuridad. Por causa de nuestra naturaleza pecaminosa heredada de Adán, no somos justos. Ser no justos significa que aunque todavía seguimos siendo “creados a imagen de Dios (aunque un poco estropeados), no poseemos los derechos del Reino». Nues­tra ciudadanía no existe hasta que dicha condición sea quitada.

En Lucas 4:18-19, Jesús describe su propósito al venir a la Tierra: «El Es­píritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor». Jesús vino para restaurar nuestra posición en el gobierno de Dios, para hacernos justos. Vino para restaurar nuestro «pasaporte» para que poda­mos otra vez reclamar y disfrutar de nuestras promesas como ciudadanos.

Hasta el tiempo indicado de la venida de Jesús, Dios ha establecido un gobierno temporario sobre la Tierra llamado pacto. La historia, el desarrollo y las circunstancias específicas están relatados en el Antiguo Testamento. Dios estableció su pacto con Abram (posteriormente llamado Abraham) y le prometió hacer de él una gran nación a través de la cual todas las personas serían bendecidas (ver Génesis 12:2-3). Aunque Abraham y su esposa Sarai (luego sería llamada Sara) no tenían hijos y ya habían pasado hacía rato la edad de procrear, Dios les aseguró que esta gran nación descendería de un hijo nacido en su vejez (vea Génesis 15:4). Las Escrituras dicen que a cau­sa de esta promesa, «Abram creyó al Señor, y el Señor lo reconoció a él como justo» (Génesis 15:6).

Justicia significa estar en la posición correcta con Dios, entrar en relación con su gobierno y estar facultados para reclamar los beneficios prometidos en el pacto. Cuando Abraham le creyó a Dios, el Señor lo declaró justo por causa de su fe, y Abraham se convirtió en un ciudadano calificado del Reino de Dios. Recibió su «pasaporte».

LA VENIDA DEL DIOS-HOMBRE

Siglos más tarde, Jesús aparecía. Para poder resolver el problema, Dios vi­sitaría el planeta Tierra en la persona de su Hijo. Como descendiente de Adán, abriría la puerta para que el hombre volviera a ser justo. Esto se reali­zaría a través del ofrecimiento de su sangre en la cruz. Jesús vino para nuevamente sincronizar nuestras vidas con el gobierno de Dios, para que otra vez podamos reclamar nuestros derechos de ciudadanía. Esta es la manera en que Dios quiso reconciliar al mundo consigo mismo (2º Corintios 5:21).

La palabra justicia es un término legal, no religioso, y significa «posicionarse correctamente». Jesús vino para hacernos justos de nuevo, para ponernos otra vez en buenas relaciones con Dios de modo que estemos calificados como para recibir sus promesas. Entender esto es vital para de­sarrollar un pensamiento sólido del Reino. Cuando estamos en buenas rela­ciones con Dios, Él puede extender su Reino -su liderazgo- a nuestras vidas y gobernar en la Tierra a través de nosotros. Es mientras que gobernamos aquí en el poder y la presencia de Dios, que el Reino de los cielos impacta nuestro planeta mediante nuestras vidas físicas.

Extracto del libro Redescubriendo el Reino

Por Myles Munroe

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

1 Comentario

  1. Gracias por sus estudios he sido beneficiado en mi ministerio. Dios siga dando sabiduria a os administradores de esta pagina

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