Maestros de Niños – Maestros Sanados 1

 

El joven maestro de la Escuela Dominical se me acercó un jueves en la reunión de ora­ción y me dijo:

—Voy a hacer una huelga el domingo próximo.

—¿Qué? —le pregunté sorprendida, sin entender a qué se refería.

—Es que no puedo enseñar esa lección sobre los insultos —me dijo—. Yo sufrí mu­cho cuando era niño por los insultos de mi padre. No puedo hablar de eso con los niños de mi clase, porque me hace revivir recuer­dos feos. ¿Por qué tenemos que hablar de ese tema en la iglesia?

Afortunadamente, con algo de estímulo de mi parte, el joven cambió de opinión y dio una clase impactante. Los niños vieron que él se identificaba con ellos y eso le dio autoridad para llevarlos a los recursos que tenemos en Cristo para enfrentar ese tipo de problemas.

No es nada fuera de lo común encontrar a maestros que, en su trabajo con la niñez, están siendo afectados y condicionados en su ministerio por las vivencias de su pasado. Estas vivencias que nos formaron afectan todo lo que hacemos. Por eso quiero elaborar el tema de la sanidad emocional del maestro Como un requisito previo para ser un buen ejemplo y trabajar correctamente con los que sufren.

 

La Visión del Niño

¿Cuál es nuestro concepto del niño como persona? De acuerdo con el trato que nosotros recibimos siendo niños, hemos desarrollado una actitud hacia ellos, una forma de verlos o concebirlos. Algunas personas perciben al niño como a un juguete, cuya presencia es para la diversión de los adultos. Para el que tiene esta visión, el trato con el niño se limita a «pasarla bien con él», a entretenerlo, o a divertirse con él.

Los que tienen esta percepción del niño todavía creen en el mito del niño feliz e inocente, y prefieren mantener esta actitud superficial negando el dolor y la angustia que pudiera estar en su vida.

Otros lo ven como a un pequeño ser subdesarrollado, cuyas torpezas y limitaciones se deben a su inmadurez. El trato que estas personas ofrecen al niño es condescendiente, con algo de arrogancia y forzando la paciencia, aguantándolo hasta que crezca para ser más «normal» y responsable. Estas personas muestran poca compasión frente a los problemas del niño, dando a entender que, con un esfuerzo mayor, el niño puede superar sus dificulta­des, porque «no es para tanto».

Otros lo ven como a un adulto en miniatura, capaz de aprender y entender todo al igual que el adulto, si se esfuerza lo suficiente. Personas con esta visión presionan al niño inten­tando lograr en él conductas, actitudes y opiniones de un adulto. Se felicitan cuando ven evidencias de conductas en los niños que son similares a las de los de adultos, ignorando el hecho de la gran capacidad de los niños de imitar conductas y actitudes de los adultos, sin necesariamente entenderlas.

Corremos un gran riesgo en el contexto espiritual cuando esti­mulamos a los niños a imitar estilos de canto, de oración y hasta de expresiones de los dones del Espíritu Santo, que realmente pertenecen al mundo de los adultos. Este enfoque del niño se puede observar en los contenidos de muchos de los programas que desarrollamos para ellos. Están llenos de conceptos abstractos y simbólicos, imposibles para que un niño los entienda.

Un maestro se esforzó mucho en una presentación que hizo en su clase sobre el Espíritu Santo. Para ayudar a que los niños capten la idea, usó la figura de una paloma y explicó cómo el Espíritu Santo descendió sobre Jesús en forma de paloma. Horas después, la madre de uno de los alumnos quedó muy intrigada cuando su hijo le exclamó: «¡Mamá! ¡Mira cuántos espíritus santos que hay en la plaza!».

El concepto correcto del niño es que es un ser humano en desarrollo. Ni más, ni menos. Representa las capacidades y las limitaciones de la etapa evolutiva en la cual se encuentra. Es imposible entender al niño sin tomar en cuenta la influencia de cada área de su desarrollo sobre todas las otras. Sus desarrollos físico, social, intelectual, emocional y espiritual res­ponden a factores determinados por su medio ambiente. A la vez, todas sus experiencias están condicionadas por las limitaciones que representan las etapas de desarrollo.

Es importantísimo que el maestro conozca estos procesos evolutivos en la vida de los niños que son su responsabilidad y reconozca las limitaciones de cada etapa de desarrollo. Al fin de cuentas, esas características que nos hacen perder la paciencia con los niños fueron diseñadas por Dios, y él se deleita con ellos tal como son.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Más Que Maestros”

Por Betty S. de Constance

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