Maestros de Niños – Maestros Sanados 2

 

Continuemos.

Juancito, un niño de dos años y medio de edad, estaba procesando la muerte de su abue­la. Por un mes había estado viviendo en el departamento de la abuela antes de su muerte. Había venido con sus padres en un largo viaje en avión desde otro país y nosotros los habíamos tenido de visita en casa cuando recién llegaron.

Juancito se mostraba un niño seguro, afectuoso y comunicativo, con un vocabulario avanzado para su corta edad. Se mostraba a gusto con nosotros y disfrutamos de su presencia. Una semana después de la muerte de la abuela, la pareja y el niño vinieron de nuevo a cenar a casa. Juancito había cambiado radicalmente. Había perdido totalmente su seguridad y llorisqueaba casi toda la noche. En dos ocasiones lloró con sollozos desgarradores y sin motivo.

Tuve que esconder algunos adornos que le daban miedo, aunque antes los había mirado con curiosidad. Para que comiera algo, los padres tuvieron que sentarlo entre los dos con una mano sobre la rodilla de cada uno y la madre tenía que darle la comida en la boca, porque no quería soltar a ninguno de los dos para agarrar la cuchara. Preguntó en varias ocasiones sobre su «Abu». Una pregunta nos llamó la atención:

—¿Abu se va a caer del avión? —le preguntó a la madre.

La madre, muy sabia, entendía su preocupación.

—No — le respondió—, no se va a caer. Ella está en el cielo con Dios, no está viajando en el cielo como nosotros en un avión. La respuesta tranquilizó a Juancito.

Las reacciones de Juancito en su intento de procesar algo tan traumático como la muerte de la abuela nos ayudan a entender algunas de las complejidades del trabajo pastoral con un niño.

Así es el niño de cualquier edad que necesita de un cuidado pastoral. Reclama la presencia de personas que puedan entender cómo es él, cómo piensa y cómo percibe las cosas. Necesita de personas capaces de crear un espacio para él y acompañarlo en el proceso de resolver sus problemas.

 

La Visión de la Tarea Pastoral.

Otra percepción importante que ha de afectar nuestro ministerio con los niños es la definición que tenemos para la tarea pastoral en sí. La mayoría creemos que el cuidado pasto­ral se reserva para los más conflictuados, los que siempre están tambaleando espiritual y emocionalmente y que no pueden caminar por sí solos.

No es así. El Señor nos dice que él es el Buen Pastor (Juan 10) y el salmista nos asegura que «El Señor es mi pastor» (Salmo 23). Evidentemente, todos necesitamos ser pastoreados. Estos dos pasajes tan conocidos nos describen los elementos que forman parte de un cuida­do pastoral adecuado. Una de las figuras más significativas que expresan es la de la peregri­nación compartida. «Tu estarás conmigo» dice el salmista. «El buen pastor va delante de sus ovejas y las ovejas le siguen» dice el apóstol Juan. En este sentido, «pastorear» es sinónimo de «acompañar».

Si intentamos definir este concepto maravilloso dentro de los parámetros que nos sugie­ren ciertas palabras, creo que los términos adecuados serían estos: identificación, respeto, confianza, protección, apoyo, amor, compasión y empatía. Estas palabras amplían la defini­ción. También es importante reconocer que uno de los objetivos fundamentales de la tarea pastoral es «facilitar el lenguaje del dolor». Es decir, proveer un espacio seguro para la persona (niño) que necesita de ayuda pastoral, en donde pueda encontrar formas de expre­sar o poner nombre a lo que está sufriendo.

Para muchos niños, el solo hecho de compartir el problema con alguien que lo comprenda y que le dé validez a su vivencia, le provee el alivio que necesita. Sin embargo, si el maestro nunca encontró un espacio así en su propia formación espiritual, será difícil que vea la importancia de proveerlo al niño.

Otro elemento fundamental en este proceso pastoral es la capacidad de reconocer lo que Dios YA está haciendo en una vida. Las angustias de un pasado no sanado a veces crean una percepción equivocada de nuestra capacidad de resolver los problemas de otros. Cuando hemos sufrido mucho, sentimos una enorme necesidad de ayudar a que otros no sufran. Pero nos equivocamos.

Nosotros no tenemos las soluciones para la vida de otros. Pero conocemos al Buen Pastor, que sí las tiene. Dios ama a los niños y está obrando en sus vidas en medio de las circunstancias que les toca vivir. Solamente el maestro con madurez espiritual puede encontrar un equilibrio en esto y evitar sobreproteger a su pequeño alumno que sufre.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Más Que Maestros”

Por Betty S. de Constance

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