Devocionales Cristianos – Bienaventurados los que Lloran

 

Pasaje clave: Mateo 5:4.

 

Llanto.

Esta segunda bienaventuranza podría traducirse «Felices los infelices», para dirigir la atención a la asombrosa paradoja que contiene. ¿Qué clase de aflicción puede ser aquella que trae el gozo de la bendición de Cristo a aquellos que la experimentan?

Por el contexto resulta claro que aquellos a quienes se les promete consuelo aquí no son primordialmente los que lloran la pérdida de un ser querido, sino los que lloran la pérdida de su inocencia, su justicia, su respeto propio. Cristo no se refiere aquí a la aflicción que produce la pérdida de un ser querido o de algo muy preciado sino la aflicción que produce el arrepentimiento.

Esta es la segunda etapa o segundo grado de bendición espiritual. Una cosa es ser espiritualmente pobre y reconocerlo así; otra es lamentarse y llorar por ello.

Necesitamos, por consiguiente, considerar que la vida cristiana, según Jesús, no es sólo puro gozo y risas. Algunos cristianos parecen imaginar que, especialmente si se encuentran llenos del Espíritu, deben llevar en el rostro una sonrisa perpetua, ser continuamente bullangeros y estar rebosantes de gozo.  La verdad es que existen cosas tales como las lágrimas cristianas, y también es verdad que pocos de nosotros las lloramos.

Jesús lloró por los pecados de otros, por sus amargas consecuencias en juicio y muerte, y por la ciudad impenitente que no le recibiría. Nosotros también deberíamos llorar más por el mal existente en el mundo, como lo hicieron los hombres piadosos de los tiempos bíblicos. «Ríos de agua descendieron de mis ojos” pudo decir el salmista a Dios, «porque no guardaban tu ley”.

Ezequiel oyó que se describía al pueblo fiel de Dios como los «que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella (Jerusalén)».

Y Pablo escribió refiriéndose a los falsos maestros que perturbaban las iglesias de su época: «Muchos, de los cuales  aun ahora lo digo llorando, son enemigos de la cruz de Cristo».

Sin embargo, no son sólo los pecados de otros los que deberían causarnos lágrimas; tenemos también nuestros propios pecados por los cuales llorar. ¿Nos han causado alguna vez dolor?

¿Se equivocó Esdras al orar y hacer confesión, «llorando y postrándose delante de la casa de Dios?» Estuvo Pablo errado al gemir, «Miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?», y al escribir a la pecaminosa iglesia de Corinto: «No debierais más bien haberos lamentado?»

Temo que nosotros, los cristianos evangélicos, por dar demasiada importancia a la gracia, en ocasiones, damos demasiada poca importancia al pecado. No hay suficiente dolor por el pecado entre nosotros. Deberíamos experimentar más «tristeza que es según Dios».

Los que así lloran, quienes lamentan su propia pecaminosidad, serán consolados por el único consuelo que puede aliviar su congoja, es decir, el perdón gratuito de Dios. «El mayor de todos los consuelos es la absolución pronunciada sobre cada pecador contrito y afligido».

Consolación, según los profetas del A.T., sería uno de los oficios del Mesías. Él sería «el Consolador» que vendría «a vendar a los quebrantados de corazón». Por eso, a hombres piadosos como Simeón se les dijo que deberían buscar y anhelar «la consolación de Israel». Y Cristo derrama aceite en nuestras heridas y habla de paz a nuestras conciencias llagadas y llenas de cicatrices.

Sin embargo, todavía lloramos por la devastación de sufrimiento y muerte que el pecado disemina por todo el mundo. Porque solamente en el estado final de gloria el consuelo de Cristo será completo, porque sólo entonces el pecado no existirá más y «Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos”.

Extracto del libro “El Sermón del Monte”

Por John Stott

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