Doctrina Bíblica – Santidad
Dios es Luz
Pasaje clave: Levítico 11:44
Cuando las Escrituras llaman «santo» a Dios, o a una de Los personas de la Trinidad (como hace con frecuencia: Levítico 11:44-45; Josué 24:19; Isaías 2:2; Salmo 99:9; Isaías 1:4; 6:3; 41:14, 16, 20; 57:15; Ezequiel 39:7; Amos 4:2; Juan 17:11; Hechos 5:3-4, 32; Apocalipsis 15:4), esta palabra comprende todo aquello en Dios que lo distingue de nosotros y lo hace objeto de reverencia, adoración y temor para nosotros. Abarca todos los aspectos de su grandeza trascendente y de su perfección moral, y constituye así un atributo de todos sus atributos, que señala la presencia de la “deidad” de Dios en todos sus puntos. Podemos hablar con toda corrección de cada una de las facetas de la naturaleza de Dios, y cada uno de los aspectos de su personalidad, llamándolos santos, porque lo son. No obstante, el núcleo del concepto se halla en la pureza de Dios, que no puede tolerar ninguna forma de pecado (Habacuc 1:13), y llama por tanto a los pecadores a humillarse continuamente ante su presencia (Isaías 6.3).
La justicia, que significa que hace en todas las circunstancias lo que es correcto, es una de las expresiones de la santidad de Dios. Él manifiesta su justicia como legislador y juez, y también al cumplir sus promesas y perdonar el pecado. Su ley moral, que exige una conducta que esté de acuerdo con la suya propia, es «santa, justa y buena» (Romanos 7:12). El juzga con justicia, teniendo en cuenta las violaciones reales (Génesis 18:25; Salmos 7:11; 96:13; Hechos 17:31).
Su ira; esto es, su hostilidad judicial activa contra el pecado, es totalmente justa en sus manifestaciones (Romanos 2:5-16), y sus “juicios” particulares (castigos retributivos) son gloriosos y dignos de alabanza (Apocalipsis 16:5, 7; 19:1-4). Cada vez que Dios cumple con su pacto, actuando para salvar a los suyos, se trata de un gesto de rectitud, o sea, de justicia (Isaías 51:3-6; 56:1; 63:1; 1 Juan 1:9). Cuando Dios justifica a los pecadores por medio de la fe en Cristo, lo hace apoyándose en la justicia que ha sido hecha; esto es, en el castigo que Cristo, nuestro sustituto, ha sufrido en su persona por nuestros pecados; así, la forma que toma esta misericordia justificante lo presenta a El como total y absolutamente justo (Romanos 3:23-26), y se presenta nuestra propia justificación como justificada en el sentido judicial.
Cuando Juan dice que Dios es «luz», sin que haya tiniebla alguna en El, esta imagen está reafirmando su santa pureza, que hace imposible la intimidad entre Él y los que son voluntariamente impíos, y que exige que la búsqueda de la santidad y de la justicia en la vida sea una preocupación central para el pueblo cristiano (1 Juan 1:5-2:1; 2 Corintios 6:14-7:1; Hebreos 12:10-17). El llamado hecho a los creyentes, regenerados y perdonados como son, a practicar una santidad que esté de acuerdo con la del propio Dios, y agradarle de esta forma, es constante en el Nuevo Testamento, como de hecho lo fue también en el Antiguo (Deuteronomio 30:1-10; Efesios 4:17-5:14; 1 Pedro 1:13-22). Porque Dios es santo, el pueblo de Dios también debe ser santo.
Extracto del libro “Teología Concisa”
Por J.I. Packer