cristo-satisface-nuestra-necesidad-de-un-proposito-en-la-vidaPredicaciones – Cristo Satisface Nuestra Necesidad de un Propósito en la Vida 2

 

Continuemos.

Jesús les dijo a sus discípulos que había venido para que tuvieran vida abundante. La Biblia comunica esa verdad enfática­mente. Además, Él quiere que aprendamos que esa vida se puede obtener únicamente mediante el servicio de amor para otros en su nombre. Su mensaje es que el gozo, el brillo de la vida y la realización se pueden obtener únicamente cuando dedicamos nuestra vida a la tarea que Él tiene para nosotros. No es en recibir lo que nosotros queremos, sino en hacer lo que Él quiere, que llegamos a ser personas actualizadas con un sentido de éxtasis respecto a la vida. Toda persona necesita hacer con su vida algo de absoluta importancia, y las buenas nuevas son que Jesucristo tiene algo especial para cada uno de nosotros.

Me sorprende que tantos no reconozcan que servir a otros por Jesucristo es la única respuesta correcta que se pueda dar a Dios por todo lo grandioso que Él ha hecho para nosotros. Esas personas no ven que no hay otra manera de ser «santo» que siendo un instrumento apar­tado por Dios para cumplir sus propósitos en el mundo. En realidad, la palabra «santo» según los etimólogos significa «separado». De manera que, la santidad no es una religiosidad que dice «soy mejor que tú», sino una disposición de permitir a Dios que lo separe para su obra. Es lamentable que muchos piensan que la manera de expresar el señorío de Cristo en su vida es comportán­dose religiosamente superior a los demás, cuando en realidad significa ser el siervo de los demás.

Mi propósito aquí no es condenar la devoción. Pero a veces me pone un poco inquieto. Cuando era recién conver­tido, mis amigos cristianos me comunicaron que yo debía de ser piadoso. Me dijeron que si quería ser un cristiano verdadero, debía vivir de acuerdo con una serie de reglas que ellos decían me separaría del mundo. En la mayoría de los sermones que oía se me exhortaba a seguir esas reglas más que a ser un servidor de los demás. Parecía como si hubiera mil y un mensajes desde el pulpito sugiriendo que la vida cristiana era una colección de lo negativo en vez de lo positivo. Se me dijo de un sinnúmero de cosas que los cristianos no debían hacer, pero no recibí una imagen muy clara de lo que se suponía que debía hacer por los demás. Los miembros del grupo juvenil de nuestra iglesia canturreábamos jocosamente:

No fumamos ni bailamos ni mascamos ni andamos con muchachas que fuman y bailan y mascan. Ser cristiano se definía esencialmente como renunciar a los «placeres mundanos» en vez de ser un llamamiento a entregarse a la tarea que Dios tiene para nosotros en este mundo.

Todavía recuerdo a un predicador que golpeaba el pulpito y gritaba: «¡El baile excita la lujuria de la carne!» Describía con lujo de detalles las maneras en que el baile alborotaba las hormonas y estimulaba los deseos sexua­les. Para cuando hubo terminado, me tenía ilusionado y pensando: ¡Extraordinario! Se oye divertido.

No quiero minimizar demasiado la importancia de esos sermones, porque en muchos sentidos el predicador tenía razón. Me percato de eso cuando casualmente sintonizo algún baile moderno en la televisión. Hasta el vistazo más fortuito comprobará que los movimientos pélvicos de esos tipos de bailes tienen la capacidad de excitar toda clase de deseos sensuales. Quizás usted se incline a considerarme como un «viejo verde»; pero me parece que si un joven se pone frente a una joven vibrando eróticamente durante horas, los dos van a acabar muy estimulados sexualmente. Si no se excitan con esos giros, yo no los llamaría «espirituales», sino «muertos».

No obstante, pudiera haber cierta hipocresía de parte de las iglesias que condenan el baile. Con demasiada frecuencia, esas mismas iglesias que predican contra el baile patrocinan los paseos en carretas de heno. No quiero pecar de cínico, pero he estado en esos paseos, y a menudo lo que sucede en el heno hace parecer moderado lo que ocurre en la pista de baile por comparación.

Otra característica de piedad que se enfatizaba en mis años adolescentes era mantenerse alejado del cine. Oí a evangelistas gritarles a sus oyentes: «¿Qué sucederá si se encuentra en el cine cuando suene la trompeta final?» Me moría de miedo cada vez que iba al cine. Estaba seguro de que a mitad de la película sonaría la trompeta y regresaría el Señor. Lo peor de todo, que me preocu­paba más, era que no vería el final de la película.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Es Viernes Pero el Domingo Viene”

Por Tony Campolo

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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