Predicaciones – Cristo Satisface Nuestra Necesidad de lo Milagroso 1
Cuando digo que Cristo satisface nuestra necesidad de lo milagroso, por lo general me saluda un refinado escepticismo de personas que afirman que los que necesitan de milagros en su vida pertenecen a otro siglo. Esos escépticos que quieren destinarme a la Edad Media sugieren que yo encajaría mejor entre los monjes medievales que entre las personas de nuestro mundo científico y moderno. No obstante, aún esas personas supuestamente cultas tienen necesidad de lo milagroso. Quizá no la reconozcan, y la necesidad pudiera ser inconsciente; pero tarde o temprano saldrá a la superficie. Siempre sucede así.
Los ciudadanos de esta sociedad — tecnificada, propulsada a reacción, encendida a gas neón y computarizada — todavía tienen sed de maravillas y asombro. Quizá lo escondan bajo una careta de positivismo racional, pero emocionalmente el hambre por lo sobrenatural todavía los consume por dentro. De qué otra manera se pueden explicar las incongruencias en nuestro mundo tales como las secciones sobre el ocultismo en los estantes de nuestras prestigiosas universidades, y en las películas de lo sobrenatural que atraen a desbordantes multitudes (como por ejemplo Duende, El exorcista yEl presagio).
Fedor Dostoievski, novelista ruso que muchos dicen que nos ha dado las más espléndidas descripciones de la mente humana en los tiempos modernos, vio claramente la necesidad que tiene la gente de que lo milagroso invada su vida mundanal. En una sección de su novela Los hermanos Karamazov que llama «El gran inquisidor», él señala que los seres humanos no pueden vivir sin la expectación de lo milagroso.
Dice Dostoievski: «El hombre busca no tanto a Dios como lo milagroso. Y como el hombre no puede soportar estar sin lo milagroso, creará nuevos milagros de sí mismo para sí mismo, y adorará las obras del encantamiento y de la brujería, aunque tenga que ser cien veces más rebelde, hereje y ateo».
No somos las criaturas racionales que creemos ser. En tiempos de crisis clamamos por milagros. Cuando ocurre una tragedia como el cáncer, anhelamos la cura sobrenatural. Cuando la vida se va fuera de control, deseamos fervientemente la intervención divina.
Muchos teólogos contemporáneos parecen avergonzarse por lo milagroso. Parecen determinados a expresar la religión en términos totalmente racionales. Excluyen pláticas de milagros de sus discusiones y reducen la «conversación sobre la deidad» a sistemas lógicos y filosóficos. Es probable que por eso sea que muchas personas no están interesadas en la teología moderna; todo es tan categórico, tan intelectual. No comprenden que gran parte del cristianismo trasciende a lo intelectual y que hay dimensiones de nuestra fe que simplemente no encajan en una casilla racional.
Hace varios años me invitaron como conferenciante a una pequeña universidad en el occidente medio del país. Era una de esas escuelas que había sido fundada por personas religiosas pero que había perdido sus fundamentos religiosos. Si bien la escuela se había secularizado, quedaban algunos restos de su previa afiliación religiosa. Uno de ellos era una semana anual de énfasis espiritual. La mayoría de tales universidades tiene esas semanas en las que hace un esfuerzo para inclinar psicológicamente hacia la religión al estudiantado. Por lo general, los esfuerzos producen muy poco cambio. Esa universidad en particular pensó que yo podía hacer el trabajo para ellos y me llevaron a resucitar a sus muertos. Mi misión era interesar a un cuerpo estudiantil apático, que tenía que asistir forzosamente a mis conferencias, acerca de cómo el cristianismo era supuestamente emocionante e intelectualmente sostenible.
La universidad había fijado la hora para las conferencias por las noches. Al final de mi presentación, la segunda noche, una mujer se acercó por el pasillo de la sala llevando a su niño en brazos. El niño estaba lisiado y llevaba un aparato ortopédico, y era obvio que la mujer no era miembro del cuerpo estudiantil. Además, tenía una mirada extraña.
— ¿Qué desea? — le pregunté.
— Dios me dijo que viniera — respondió ella.
(CONTINÚA…)
Extracto del libro “Es Viernes Pero el Domingo Viene”
Por Tony Campolo
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