cristo-satisface-nuestra-necesidad-de-lo-milagrosoPredicaciones – Cristo Satisface Nuestra Necesidad de lo Milagroso 3

 

Continuemos.

La experiencia debió ser algo semejante a lo que Isaías describe en el capítulo seis de su libro que dice: «En el año que murió el rey Usías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estre­mecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre in­mundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Isaías 6:1-5).

Es una experiencia sobrecogedora estar en la presencia del Todopoderoso. Yo no sabía cómo reaccionar. Instin­tivamente, retiré las manos y me sentí terriblemente avergonzado. Mis amigos pentecostales quitaron sus ma­nos también. Tengo que admitir que esperaba que el niño fuera sanado. El poder del Espíritu era tan irresis­tible que no me hubiera sorprendido una sanidad milagrosa. Pero el niño no fue sanado. Después de unas excusas y explicaciones embarazosas, salimos todos del salón y yo rápidamente del edificio. El resto de las con­ferencias en la serie se desarrollaron sin ninguna nove­dad. Me alegré cuando hubo terminado la semana y pude regresar a mi casa, lejos de esa extraña y misteriosa situación.

Tres años después era el predicador invitado en una iglesia en San Luis. Cuando terminó el culto, una señora se acercó y me preguntó:

— ¿Recuerda quién soy?

— ¡Sí! — respondí yo —. La conocí hace tres años. Usted llevó a su niño para ser sanado. Oramos por él. ¿Cómo está él?

— Vine aquí porque quería que lo viera — dijo ella —. Aquí está.

A su lado, sin aparatos en las piernas, estaba su hijo de pie tan derecho y sano como cualquiera. Ya no tenía torcidas las piernas.

— ¿Cómo pasó eso? — pregunté yo.

— ¡Oramos! — respondió ella —. ¿No se acuerda? ¡Ora­mos! La siguiente mañana él despertó llorando. Noté que los soportes estaban un poco apretados. Los aflojé y sus piernas se enderezaron un poquito. Pasó igual a la maña­na siguiente, y después una y otra vez. Siguió pasando hasta que sus piernas fueron enderezadas completamen­te.

Yo no sabía cómo recibir nada de eso. La situación estaba fuera de mi alcance. Días después estaba en mi pueblo, Filadelfia, almorzan­do con dos colegas académicos. Uno era profesor de religión en la Universidad de Pensilvania. Expliqué a mis amigos lo que había sucedido, y uno de ellos dijo:

— Bueno, Tony, tengo que ser sincero contigo. Mi teología no da lugar para esa clase de ocurrencias.

¡Qué absurdo! Hay que sonreír por la respuesta. ¡Su teología no da lugar para esas ocurrencias!

— Charlie, no quiero contrariarte — le dije —; pero qui­zá, sólo quizá, Dios es más grande que tu teología. Quizá, sólo quizá, Dios es capaz de hacer abundantemente más de lo que tu teología pudiera esperar o pensar jamás.

Creo que el problema con muchos teólogos es que tienen a Dios en una casilla pequeñita. Están dispuestos a decir lo que Dios puede y no puede hacer. Escriben libros sobre Dios, y en 200 páginas intentan decir todo lo que pueden acerca del Todopoderoso. Algún día me gustaría decirles a todos los teólogos racionalistas del mundo que Dios trasciende a sus términos categóricos. El escapa a sus suposiciones a priori acerca de El Dios no puede ser metido en sus construcciones teológicas más de lo que se pueda echar vino nuevo en odres viejos. El vino nuevo se dilatará y romperá los odres viejos. Asimismo, Dios escapa de cualquier sistema teológico que intentamos construir en nuestro intento de encasi­llarlo.

Quiero dejar bien claro que no entiendo lo milagroso. No entiendo los milagros. No entiendo las sanidades. Ni por qué personas, algunas profundamente devotas, oran por sanidad y no la reciben. No entiendo por qué Dios no intercede y sana todas las veces que su pueblo ora con fe. Y sé de muchos ejemplos que demuestran que personas devotas que creen en el poder de la oración y le imploran por sanidad no reciben lo que piden. Por otro lado, a veces pareciera que otros que son mucho menos merecedores reciben el poder terapéutico del Todopo­deroso.

(CONTINÚA…)

Extracto del libro “Es Viernes Pero el Domingo Viene”

Por Tony Campolo

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Psicólogo, docente, consultor familiar, conferencista y autor (Verdades Que Sanan, Desafíos Para Jóvenes y Adolescentes). Trabajé con la niñez y la formación de maestros de niños. Fui pastor de adolescentes y jóvenes por más de 10 años. En la actualidad me dedico a enseñar, escribir, dictar conferencias y dirigir www.devocionaldiario.org y www.desafiojoven.com, donde millones de personas son alentadas, edificadas y fortalecidas en su fe. Casado y padre de tres hijos.

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